Hoy en día, muchos de estos millenials utilizan el famoso YouTube como medio de entretenimiento, información, comunicación y autoaprendizaje; tan es así que, de acuerdo con una investigación, “México ocupa el tercer lugar a nivel mundial en consumo de video en YouTube, y el perfil del consumidor es principalmente de personas entre 18 y 34 años de edad” (El Economista, 2015).
Sin duda, podemos darnos cuenta que es un excelente momento para utilizar videos en los ambientes educativos, siendo este ya una tendencia educativa.
Aunque el video tiene muchas propiedades y es multifacético, es claro que competimos con otro “tipo de videos” que han captado la atención de nuestros jóvenes. Por lo tanto, el reto es mayor pues hay que atraer la atención de estos usuarios. ¿Qué podemos hacer ante esto? Mi respuesta es simple: recurrir a los métodos sencillos y didácticos.
Pero… ¿acaso no lo hacemos ya? Muchas veces caemos en el supuesto de que por crear un video con contenido educativo, instantáneamente se vuelve didáctico, y la realidad es más que eso: un video educativo no es la suma mágica de los múltiples recursos que se pueden agregar (imagen, texto, gráficos, música, etc.), sino el resultado de un todo, una integración de sus elementos y la congruencia que hay en estos. Por ello, esta es una invitación para comenzar a ver el video educativo como una herramienta holística.
¿Habías escuchado hablar de la arquitectura cognitiva humana? Esta se refiere a cómo se encuentra estructurado nuestro cerebro y cómo procesa la información. Los seres humanos tenemos dos canales independientes que nos sirven para procesar contenido (verbal y visual). Cuando se presentan demasiados elementos a la memoria de trabajo, puede sobrepasarse su capacidad de procesamiento y asimilación, lo cual terminaría saturando a la persona e impidiéndole procesar la información. A esto se le conoce como “carga cognitiva” (Mayer, 2005).
Para evitar una sobrecarga cognitiva en tus videos, a continuación te sugerimos algunos principios a tomar en cuenta: